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#CienciaEcoLogía Nadie sabe lo que tiene…

De InterésEnero 13, 2021
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La pandemia por COVID-19 nos cambió la normalidad a todos. Después de un año, este virus no parece darnos tregua. A estas alturas, muchos de nosotros ya fuimos infectados, con pérdidas lamentables, aunque la mayoría se mantiene a salvo en sus casas o guardando sana distancia y utilizando las medidas preventivas.

Hasta ahora nos ha dejado muchas enseñanzas: valoramos más el trabajo de los empleados y empleadas del sector público, especialmente de salud, educativo, de mantenimiento y limpia, y científico. Entendemos mejor el papel de los hábitos de higiene cotidianos en la salud y los beneficios de tener hábitos de vida saludable. Y valoramos más también a nuestros seres queridos.

Además, ha dado una relevancia especial al, un poco olvidado, sentido del olfato. Es decir, todos nuestros sentidos son parte importante de nosotros, nos ayudan a conectarnos con el mundo. Pero si revisamos los libros de texto de ciencias naturales, encontraremos que del espacio destinado a estudiar los sentidos… el del olfato es el más breve.

Y en parte es verdad, el área olfativa en nosotros es pequeña comparada con el espacio destinado a los demás sentidos. Mide aproximadamente 2.5 cm de largo por 2 de ancho, donde se encuentran alrededor de 50 millones de células receptoras, cada una con de 8 a 20 cilios en una capa de moco de aproximadamente de 60 micrones de espesor (el ancho de un cabello promedio), producida por las glándulas de Bowmann en el epitelio olfatorio.

El sentido del olfato es uno de los sentidos más antiguos (evolutivamente hablando). Ha permitido que los organismos que lo poseen puedan identificar alimentos, posibles parejas de apareamiento, peligros y depredadores. Para la muchas especies, el olfato es una de las formas más importantes de interacción con el medio ambiente.

Nuestro epitelio olfatorio contiene un número variable de células basales, que son capaces de dividirse dando lugar a neuronas receptoras maduras. Cada neurona olfativa humana se reemplaza cada 40 a 60 días. Los cuerpos de estas células se ramifican en delgadas partes llamadas axones que forman filamentos de 10 a 100 fibras, las cuales van como delgados cables hasta el bulbo olfatorio. Todos los axones de las células del epitelio olfativo convergen y forman estructuras llamadas glomérulos y a su vez desembocan tocando las células mitrales. La relación de convergencia es de 1000 células epiteliales por cada mitral y esto funciona aumentando la sensibilidad de la señal olfativa que se enviará a las áreas especializadas del cerebro.

El epitelio olfatorio contiene otro sistema de percepción a través de ramas nervio trigémino. Esto permite que muchos olores puedan producir sensaciones, por ejemplo, cuando hueles productos que contienen mentol o alcanfor tendrás una sensación de frío, ya que son percibidas a través del nervio trigémino.

Sin embargo, es verdad que los seres humanos tenemos muy pocos recursos destinados al sentido del olfato, comparados, por ejemplo, con los ratones. Aun con estas diferencias, los seres humanos tenemos un excelente sentido del olfato. Hay personas dedicadas a crear perfumes (enólogos), que han entrenado su olfato para distinguir miles de olores, con sólo el pequeño número de receptores olfativos que poseemos, aunque también participan algunas funciones accesorias adquiridas durante nuestra evolución de las que hablaremos en otra ocasión.

Nuestro sistema olfativo posiblemente se empezó a reducir cuando, con el proceso de evolución logramos erguirnos en la posición bípeda, entonces la nariz y los receptores olfativos se elevaron lejos del suelo y nuestros ojos se acercaron entre ellos proporcionándonos una vista estereoscópica y ocuparon más espacio en nuestro rosto. Con ello el área olfativa se hizo más pequeña para permitir una mejor visión.

Al tener nuestro olfato mucho más lejos del suelo, los olores llegan a él menos mezclados y con el apoyo de la función purificadora de nuestra nariz, son más fáciles de percibir y esto significa que la zona olfativa se hizo más pequeña, pero no perdió mucho de su función.

Además, caminar erguidos nos permitió cubrir grandes distancias y diversificar nuestro alimento. Luego, cuando empezamos a utilizar el fuego, hace unos 2 millones de años, los olores y sabores de los alimentos aumentaron en variedad. Los olores de los alimentos cocinados llegan también a la zona olfativa por vía retronasal al comer, siendo procesadas e integradas en zonas especializadas del neocórtex junto con las sensaciones gustativas de los sabores.

Con el desarrollo de la ganadería, el cultivo de vegetales y el uso de especias, se recibió cada vez más información por vía retronasal creando muchos sabores complejos. Ninguna otra especie de mamíferos o primates podría beneficiarse jamás de este tipo de estimulación olfativa, ni de comer una salsa de chilaquiles con o sin epazote.

Con el proceso evolutivo de caminar erguidos, cultivar y criar nuestros alimentos, nuestro cerebro aumentó de tamaño y volumen. Aunque el área receptora del sentido del olfato se quedó pequeña, no lo hizo en su función. Las áreas de integración de las sensaciones olfativas en el cerebro son extensas, ocupando gran parte de nuestros cerebros. La memoria con la que diferenciamos y comparamos entre olores, ocupa áreas del cerebro importantes, que no se han observado en otras especies.

Posteriormente, con la especialización del lenguaje y el habla, adquirimos la cultura, la cual juega un papel importante en la percepción y discriminación de los olores. El proceso de recordar un aroma es un esfuerzo cognitivo que incluye el olfato, el lenguaje, la cultura, el gusto y la memoria. Podemos evocar la sopa de fideo que nos daban en nuestra infancia, el café de Coatepec, la tierra mojada o el olor a libro… y también el agua de colonia que usaba nuestro abuelo.

Como ves, nuestro olfato participa en la asociación de atributos emocionales a ciertos eventos y objetos, aunque no es vital en el proceso de encontrarlos en entorno y distinguirlos. Los seres humanos usamos para ello el sentido de la vista, dejando el olfato para otros propósitos que no son explorar el medio ambiente. Por ejemplo, el olor del café puede estimularlos a querer prepararnos uno, pero no es vital si intentamos distinguir el café en nuestra despensa. La vista es suficiente para diferenciar entre los objetos, pero el olfato aporta calidad, consistencia y emoción a las sensaciones visuales.

Pero nadie sabe lo que tiene… ¡Hasta que lo pierde! La pérdida del olfato (disfunción olfativa o anosmia) representa uno de los síntomas más frecuentes de la enfermedad por coronavirus 2019 (Covid-19). Afecta aproximadamente al 70 por ciento de los pacientes. Muchos se recuperan espontáneamente en menos de 15 días, aunque también se dan casos considerados como de anosmia e hiposmia (poca capacidad de percibir olores) grave(del 7 al 8% de los casos) donde las personas no lo recuperan durante más de dos meses después del inicio. Se han reportado casos de hasta cinco meses sin recuperarlo.

La causa y el desarrollo de la disfunción olfativa relacionada con Covid-19 aún no se conoce del todo. Al inicio de la pandemia, la mayoría de los científicos consideraban que tal situación se debía a una invasión del virus en las neuronas del bulbo olfatorio, consecuentemente, estas células morían al ser utilizadas para la replicación del virus. Con ello se perdía la función de percepción de los olores.

Esta hipótesis fue apoyada por la capacidad neuroinvasiva demostrada por el síndrome respiratorio agudo severo coronavirus-1 y por reportes de cambios en el bulbo olfatorio en resonancias magnéticas en pacientes anósmicos afectados por Covid-19. Sin embargo, la hipótesis fue refutada, ya que muchos pacientes recuperan rápidamente sus sentidos del gusto y el olfato sin tener consecuencias posteriores hasta ahora conocidas.

Bajo estas observaciones, la atención de los investigadores se ha centrado en el epitelio olfatorio como un posible sitio de daño viral. Además, se sabe que las células de soporte del epitelio olfatorio tienen la mayor concentración de receptores virales compatibles con el COVID-19 y se ha observado el mismo daño en modelos animales, muestras tomadas de cadáveres y de algunos pacientes vivos.

La anosmia por COVID-19 tiene algunas particularidades que lo diferencian de otras causas. Probablemente, en algún momento, sufriste una congestión nasal por alguna gripa o alergia, con la consecuente disminución o pérdida del olfato. En estos eventos, tal pérdida suele darse porque los fluidos o la inflamación entorpecen la función olfativa y normalmente provocan anosmia transitoria. Sin embargo, la disfunción olfativa en Covid-19 no se asocia de manera característica con síntomas inflamatorios o de obstrucción por fluidos y aparece de forma espontánea. Incluso puede darse sin otros síntomas.

Se piensa que la infección por covid-19 mata las células olfativas al replicarse en ellas. Además impide la reparación epitelial conduciendo a adelgazamiento y pérdida de las dendritas olfatorias. La recuperación irregular puede provocar que unas personas se recuperen más rápido que otras.

¿Por qué es importante conocer los mecanismos de la perdida del olfato por covid-19? Por varias razones: primero para encontrar tratamientos efectivos que ayuden a reducir el tiempo de recuperación del olfato en personas con anosmia grave y segundo para fomentar más estudios de dirigidos a los sitios poco estudiados como el epitelio superficial y además del al bulbo olfatorio.

Y tercero para que, en este momento tan crítico que vivimos, si repentinamente pierdes el olfato, tomes todas las precauciones, ya que puedes haberte contagiado de covid-19: busca atención médica, refuerza las medidas del uso del cubrebocas y sana distancia cuando acudas a hacerte la prueba o a otros servicios médicos y preferentemente te aísles totalmente por los menos quince días. Puedes no tener más síntomas que la pérdida del olfato, como muchos pacientes con síntomas leves, pero al aislarte protegerás la vida de otros que no tienen un sistema inmune tan efectivo como o el tuyo y no contribuirás a la propagación de esta enfermedad.

Información con ciencia para Oliva Noticias Multimedios

Gladis Yañez y Rodrigo López de Sábados en la Ciencia.

#COVID19

 #CienciaEcoLogía

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