Después de 13 años, 580 días en prisión y con 77 años de edad, este domingo Luis Inácio Lula Da Silva, está de regreso y se consagra como el próximo presidente de Brasil. Su triunfo es resultado de una contienda muy polarizada dirimida en una segunda vuelta electoral. Con una diferencia menor a dos puntos porcentuales y un país dividido por mitad, Lula consigue derrotar al actual mandatario fascistoide Jair Bolsonaro quien buscaba reelegirse.
Sin embargo, las expectativas sobre la próxima administración de Lula, fincadas en los éxitos del pasado, podrán toparse con la pared, de una nueva realidad. Primero, porque Bolsonaro logró consolidar un movimiento que combina el nacionalismo y conservadurismo religioso como la fuerza política más importante de los próximos años. Ejemplo de ello, es que el bloque bolsonarista superará en números al de Lula y sus aliados en las dos cámaras del Congreso. Y segundo, porque a diferencia de su gestión anterior, Lula se enfrentará a un mundo con altos niveles de inflación y bajo crecimiento global, especialmente de China a quien se le atribuye el auge en la demanda de materias primas, que catapultó a Brasil como economía emergente en la primera década de este siglo.
Sin duda, estas nuevas condiciones económicas limitarán la implementación de políticas expansionistas del gasto público, como los programas de bienestar social que representan un eje toral del lulismo. Finalmente, lo que algunos han denominado como el regreso político del siglo, también nos debe hacer reflexionar sobre el déficit de nuevos liderazgos latinoamericanos, y que nuestras expectativas ciudadanas hacia el futuro estén ancladas en figuras políticas del pasado.
Por Renata Zilli
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