Se ha cumplido un año del avasallador triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y apenas siete meses de su administración federal. El Presidente lo celebró con una concentración multitudinaria en el Zócalo de la Ciudad de México, evento al cual asistieron todos los sectores de la sociedad, desde la gente humilde del campo hasta los encumbrados empresarios.

Continuando con las evaluaciones que se están haciendo estos días, podemos reflexionar sobre lo bueno, lo malo y lo feo, hasta hora, del ejercicio de gobierno del Presidente Obrador. 

Lo bueno del gobierno de Obrador, ha sido su real, decisivo y firme combate a la corrupción, ese cáncer que por años ha tenido a nuestro país estancado y en constante retroceso, que ha esclavizado a millones de mexicanos que los ha hecho vivir sumidos en la miseria y marginación. La corrupción que desgraciadamente permeó a toda la sociedad. De tal forma, es plausible que el Presidente se haya decidido a lanzarse en esa cruzada contra la corrupción, a encabezar esa profunda reforma y real transformación de nuestra sociedad y sus instituciones. Un punto más a favor, son los Programas Sociales que el gobierno federal ha emprendido, que ha querido beneficiar a los olvidados, a los desamparados, a los que han vivido no sólo en las periferias geográficas, sino también en las de las oportunidades, el desarrollo y el progreso. Programas Sociales que no podrán gustar a muchos, pero que sin duda son el distintivo de la administración y que por años fueron el eslogan del Presidente Obrador: “Por el bien de todos, primero los pobres”.

Lo malo, es que por el combate a la corrupción, se han tomado equivocadas decisiones que le costarán muy caro al país en términos de incertidumbre financiera, especulación, inversión, generación de empleo y una posible crisis económica y social. Por ejemplo, el tema de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), que pese a todas las voces a favor de continuar con el mismo, el Presidente se aferró a cumplir con esa promesa de campaña y lo canceló, tratando de legitimar la decisión con una “consulta popular”. Otro tema más, ha sido la cancelación del Programa de Estancias Infantiles, que por el argumento de que algunas operaban de manera irregular, que había “niños fantasmas” en las mismas, se prefirió, en aras del combate a la corrupción, cancelarlas en vez de purificarlas y renovarlas. En el tema de austeridad se han cometido serios errores y abusos, como el recorte a ciencia, tecnología, cultura, deporte, la desaparición de programas e instituciones, etc.

Lo feo, es que a López Obrador se le olvida que ya no es candidato, que es Presidente, Jefe de Estado, y como tal debe actuar y comportarse. No puede continuar con su discurso polarizador, de división, que tanto ha lastimado y hecho daño al país. A nadie conviene, ni siquiera a su gobierno, estar enfrentando a ricos y pobres, a fifís y ninis, a partidarios y adversarios, a patriotas y traidores, justos y pecadores. El Presidente debería convocar verdaderamente a un gran pacto de unidad y reconciliación nacional, pues las circunstancias del país y del mundo no están para vivir en medios de la división y encono, son tantos nuestros retos, problemas y oportunidades que necesitamos mirar más nuestras coincidencias que diferencias, debemos apostar más a lo que nos une que a lo que nos divide.

Son apenas siete meses, suficientes para continuar con lo bueno que se ha hecho hasta el momento y hacerlo más benéfico; para corregir el rumbo y eliminar lo malo que se está haciendo y está afectando a cientos de miles de personas; y para dejar de hacer daño al país y las instituciones. Todos tenemos que asumir nuestro compromiso para con la patria y debemos dar lo mejor de nosotros mismos. ¡Por el bien de todos, primero México junto con sus pobres!

**** De Chiripa: Con la puesta en operación de la Guardia Nacional se le acabaron los pretextos al Ejecutivo Federal y a nuestro Gobernador;México y Veracruz ya no pueden esperar más, nos urge vivir en paz.

Por César Manuel Jiménez Martínez