En los últimos días, diversos columnistas y analistas políticos han hablado sobre el precandidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), José Antonio Meade, respecto a que su precampaña no levanta, ya que no acaba de convencer a la militancia, y ni se diga al electorado. Por tal motivo las cúpulas en el poder y el partido están nerviosas.

Aunado a ello, las diversas casas encuestadoras ubican a Pepe Meade en el tercer lugar de las preferencias electorales, por debajo de Ricardo Anaya y de López Obrador. Alguna que otra encuesta o sondeo lo ubican en segundo lugar, pero la verdad es que sigue en el tercer lugar y con un avance muy lento. 

De manera muy atrevida, algunos columnistas comparan lo que está pasando con lo que sucedió en aquel fatídico año de 1994, donde el entonces candidato Luis Donaldo Colosio, no levantaba en la campaña, que hizo declarar al Presidente Salinas aquél clásico de: “no se hagan bolas”, cuando él mismo, con la designación de Manuel Camacho Solís como Coordinador para el Diálogo y la Reconciliación en Chiapas (sin goce de sueldo), hacía ver la posibilidad de un relevo en la candidatura del PRI, “enfermando” o buscando una buena excusa para el retiro de Colosio. Lo que sucedió después con Colosio nadie lo pudo imaginar y sí muchos lo pudieron orquestar. 

Pero los tiempos han cambiado y sería muy difícil -aunque no imposible- que el PRI se decidiera a cambiar a Pepe Meade por algún otro, como Aurelio Nuño o alguno que reúna los requisitos legales, Miguel Ángel Osorio Chong ha quedado fuera de esa posibilidad por no cumplir con la fracción VI del artículo 82 de la Constitución donde se pide estar fuera de la función pública seis meses antes del día de la elección. 

Porque precisamente uno de los valores de Pepe Meade es que no es político, no es militante del tricolor, pertenece a una clase de servidores públicos que van más allá de un gobierno emanado de un solo partido, que superan a una sola administración y desde la burocracia han contribuido al progreso del país y fortalecimiento de sus instituciones. 

Es cierto que la personalidad del precandidato no es muy popular entre la gente, no tiene ese tinte “populista” siempre explotado por candidatos, pero lo que para algunos pudiera ser una debilidad, el precandidato y su equipo deben ver como una fortaleza, oportunidad, pues si de algo están cansados los ciudadanos es del estilo típico de un político, del clásico discurso de campaña e imagen popular entre la gente. La claridad en las propuestas, la viabilidad en el proyecto, la experiencia en la administración, la preparación necesaria es lo que el electorado debería mirar en la persona del candidato tricolor y no en su imagen, discurso o actitudes. 

Si el PRI se decidiera por cambiar de precandidato, esperemos sea por medios legales, respetando la integridad y dignidad del precandidato actual. No está el país para afrontar una crisis política y menos para soportar teorías conspiratorias.