¡Por fin! Regresó Javier Duarte a territorio nacional, para enfrentar a la justicia mexicana por los diversos delitos que cometió, no sólo él, sino toda una red de delincuentes, algunos de los cuales ya se encuentran bajo proceso, recluidos en el penal de Pacho Viejo. Otros más se encuentran prófugos y unos más, impunemente cobijados por el furo constitucional, en su carácter de legisladores, tanto estatales como federales. 

Si bien es cierto, la sociedad reclamaba con urgencia la extradición de Duarte, existe la duda fundada, que por la corrupción institucionalizada en nuestro país, el ex mandatario no soportará el peso de la ley, sino que debido a la información que posee con respecto del desvío de recursos hacia el partido en el poder y la candidatura de quien hoy ocupa la Presidencia de la República, Duarte podrá salir librado de diversos de los delitos de que se le acusa y sufrirá una pena menor.

Pero el tema no radica en el tiempo en que pase en la cárcel o no, sino que es un clamor popular el que se le obligue a regresar gran parte de lo robado del erario público, que devuelva el dinero robado, los miles y miles de millones de pesos que tuvieron que haber sido canalizados en favor y bienestar de los veracruzanos, en temas vitales como salud, educación, seguridad, etc. y que simplemente sirvieron para enriquecer a una camada de delincuentes, encabezada por el cordobés. 

En las imágenes de las audiencias, Duarte se veía con mucha tranquilidad, confianza e inclusive rayando en el cinismo y sin vergüenza alguna. Unas imágenes que irritaron a la sociedad, le hicieron avivar las sospechas, más aún, cuando previo al anuncio de su extradición, el Presidente Peña visitó Guatemala, tuvo reunión con su homólogo de aquel país y entonces el “sospechosísmo” colectivo no se hizo esperar. La extradición estaba pactada, Duarte sabía a lo que se enfrentaría en caso de que hablara y los beneficios que obtendría por su silencio. 

Decíamos de la red de corrupción que se creó en tiempos de Javier Duarte, pero que fue más allá y provenía desde tiempos del también ex gobernador de Veracruz, Fidel Herrera Beltrán. Porque es vox populi que Duarte era el heredero político de Herrera, quien le cubrió todas sus tropelías durante su mandato y quien, por desgracia, le superó en la corrupción. Duarte es imagen, semejanza y creación de Fidel Herrera, los miembros de esa banda delictiva, ocuparon puestos claves en las dos administraciones pasadas, sirvieron a los intereses de su grupo criminal y se sirvieron así mismos. 

No se debe olvidar el nombre de cada uno de ellos. No debe descansar el actual gobierno estatal, hasta llevar a todos y a cada uno ante la justicia, que les haga pagar uno a uno sus delitos, pero sobre todo y por encima de todo, que se les obligue a regresar todo lo robado. Que se le decomisen todos los bienes mal habidos, todo lo que obtuvieron frutos de sus actos de corrupción y sean reintegrados al erario público de Veracruz, que tanto está necesitado para cubrir las necesidades de los veracruzanos, que son múltiples, pero que debido al desfalco, resulta casi imposible a la actual administración, del gobernador Miguel Ángel Yunes, poder atender. 

Llegó Javier Duarte, es tiempo de que se haga justicia, es tiempo de que se le aplique todo el peso de la ley. No merece perdón alguno, no quien no tuvo compasión de los niños con cáncer o enfermos de hospitales y se robó el dinero que proveía de su salud. No, quien no tuvo reparo en dejar sin seguridad a los ciudadanos, es más, que utilizaba los mismos aparatos de seguridad para privar de la vida a enemigos, intimidar a adversarios y amenzar a rivales. No puede haber perdón para quien directa o indirectamente sembró el terror en la vida de los veracruzanos, les robó su paz y arrebató miles de vidas de seres queridos. No puede haber perdón, como afirmaba el gobernador Yunes, tampoco olvido. Debe haber todo el peso de la ley.